Estruendo en las alturas: reconstruyendo la historia del rock puneño
Entrevista a Alexánder Hilasaca, autor de "El rock también es para cholos: Rock, punk y metal en Puno"
Hace unos meses, la noche puneña me llevó a un bar del jirón Lima donde un grupo de adolescentes hacía su mejor esfuerzo por versionar Los malaventurados no lloran de Pxndx y Magdalena de los Nosequien y los Nosecuantos, con todo y pausa para que la audiencia de unas treinta personas pudiera gritar: ¡en el coche-e-tu-mare!
El respetable decidió quedarse en silencio o continuar con su conversación. Pero eso no desanimó al grupo, que tocó hasta que la voz del vocalista no dio más y tuvo que ser rescatada por un trago de huajsapata que le di como ofrenda por el buen rato. Tocaba ser agradecido: el concierto fue gratis y el tributo al rock argentino del bar de al costado costaba treinta soles.
Me acompañó el escritor Alexánder Hilasaca, a quien conocí unas horas antes en el café La Casa del Corregidor, donde estuvimos rodeados de conversaciones en inglés y disfrutamos de un ambiente tan prístino como aburrido. Allí conversamos sobre su libro El rock también es para cholos: Rock, punk y metal en Puno, publicado el año pasado, que, a través de la recolección de 32 testimonios de sus protagonistas, busca reconstruir la historia del rock puneño.
¿Cómo fue tu primer contacto con el rock?
Mi hermano vivía en Lima, estaba en el ejército, y allá por el 2000 vino a Puno en uno de sus días libres. Trajo casetes con Iron Maiden, Twisted Sister, Poison y toda esa onda glam. Escuchar esa música me cambió. Inició una procesión que me llevó a recorrer todos los géneros que se desprenden del rock.
También eres poeta y has explorado géneros literarios no tan convencionales como el haiku. ¿Dirías que ese proceso de descubrimiento del rock también te llevó a explorar otras vertientes de la cultura "alternativa"?
Sí, y fue por la música. Así descubrí a Bob Dylan, a quien conocí primero como músico. Por él llegué a los escritores de la generación beat, como Jack Kerouac o William Burroughs. Encontré conexión entre la música y otras artes. Leí, por ejemplo, acerca de la vida de Ian Curtis y supe que era un lector de Kafka y Sartre.
¿Este libro es tu primera incursión en la no ficción?
Sí. Desde el 2018 estuve interesado en escribir un libro sobre rock, luego de leer Alta tensión de Pedro Cornejo. También había conseguido algunos libros más tirados hacia la ficción como Incendiar la ciudad de Julio Durán y Generación Cochebomba de Martín Roldán. Ya en pandemia tenía la idea en mente y empecé a buscar referencias. Hallé Reacciones psicóticas y mierda de carburador de Lester Bangs, que es un libro de crónicas, pero con estilo muy literario y ácido. También leí a un gran crítico de Manchester, Mark Fisher, que en Los fantasmas de mi vida tiene un ensayo sobre Joy Division que me pareció muy poético. Quería escribir el libro en la línea de esos dos autores, con una vena muy literaria y alejada del academicismo para que los lectores se puedan divertir.
El libro se publica en un contexto en el que se han lanzado más publicaciones acerca de la historia del rock peruano. ¿Crees que hay una inquietud generacional por contar estas historias entre tus contemporáneos?
Para mí es una revancha conmigo mismo. Los periodistas deportivos son futbolistas frustrados. Es igualito con los poetas: muchos son rockeros frustrados. Mi primera pasión siempre fue la música. Como dices, estos últmos años se ha escrito bastante sobre rock en el Perú, pero siento que esas publicaciones se han centrado sobre todo en Lima. En la Enciclopedia del Rock Peruano de Pedro Cornejo, por ejemplo, en sus dos primeros tomos solo aparecen dos bandas de Puno. En Demoler de Carlos Torres Rotondo tampoco pintaba Puno. En el 2021 salió El camino de Rebeldía, de Joel Pacheco, un pata al que le dicen "El loco", que tuvo una banda de hardcore en Puno que se llamaba Rebeldía. Ese libro me gustó, pero estaba centrado en sus experiencias personales. Christian Reynoso lo ayudó mucho a corregir el libro. Cuando lo presentamos supe que él también estaba preparando un libro sobre el metal puneño. Yo quería hacer algo que incluya otros dos géneros: el rock y el punk. Y también quería contar las historias de nuestras bandas, que no aparecían en los trabajos de los aparentes estudiosos del rock.
¿Cuáles fueron tus hallazgos más interesantes?
Los Duendes, una banda que apareció a fines de los noventa, que luego se convirtió en Contempo. Fue una banda muy talentosa, cuyo fundador, guitarrista y voz, Carlos Tito, conocido como "Cachito", fue como una especie de Syd Barret puneño. Dejó Puno desencantado y se fue a Estados Unidos porque sintió que aquí no iba a lograr nada. Tenía muy poco público. El puneño está muy arraigado a sus tradiciones. Pude escuchar las primeras grabaciones y son geniales. El problema es que grabaron de manera muy artesanal y quedaron en nada. Otro gran hallazgo fue Clérigo, una banda juliaqueña que tiene un tema muy bueno llamado Volarás, que fue la primera en utilizar instrumentos andinos como la zampoña y la quena. Esa herencia la toman luego bandas como Rockpata o Cuarzo, que buscaban de forma más consciente hacer un rock que se sintiera puneño. Luego, estaba Masturbanda, cuyos primeros discos me encantaron. En su época nadie les daba importancia porque los veían como chibolos que cantaban huevadas, pero creo que tenían talento y un par de temas que podían ser hits.
No creo que me arriesgue mucho, ¿pero Masturbanda era una banda de chiquipunk?
Tiene una onda así, pero esos dos temas realmente eran buenos.
No usaba el término peyorativamente.
Claro. Muchos los criticaron por el nombre, de hecho. Estos patas fueron los primeros en aparecer en TV Rock, este espacio que conducía "Cucho" Peñaloza en canal 7. Eran chibolitos, tenían 16 años. Se les veía intimidados. Pero cuando tocaron lo hicieron muy bien.
¿Existe registro de esa presentación?
El registro lo tiene solamente Jonathan, uno de los miembros de la banda, que ahora vive en Arequipa. Lo muestra tímidamente porque él mismo siente un poco de vergüenza. Le costaba responder las preguntas y tartamudeaba.
¿No quiere subir el video?
No. Tiene un roche tremendo. Yo pude verlo al hacer la entrevista.
Ya que mencionamos a Pedro Cornejo, él tiene esta tesis de los cortocircuitos: que las escenas en el Perú surgen, se desarrollan, pero eventualmente explotan y dan paso a una nueva escena sin mucha conexión con la anterior. ¿Tú sientes que esta dinámica se replicó en las escenas puneñas?
Con algunos géneros ocurrieron esas rupturas, salvo en el metal, donde todavía encuentras una suerte de continuidad. En el rock ha habido pequeñas rupturas y la escena punk lamentablemente ha desaparecido. La última vez fui a ver a Eutanasia y no encontré gente punk, era muy triste. No hay bandas. Y sí las hubo en el pasado, como Los Primos, que tiene una canción que se llama Sachahuayno, que es una combinación de huayno, zapateo y punk. En el metal han sido más recelosos y han mantenido la tradición de sus instrumentos clásicos, sobre todo porque el movimiento está compuesto en su mayoría por bandas de black y death metal, que son más radicales, aunque en cuanto a discurso no lo han sido tanto. No han llegado a quemar iglesias o algo así. Hubiese sido interesante.
En la escena subterránea de los ochenta y noventa existió este conflicto entre los pitupunks y los trupunks. ¿Estas tensiones de clase se dieron también en las escenas puneñas?
En el rock noté algunas pequeñas disputas, pero eran un poco cojudas. "Cachito", en la entrevista que le hice, decía que el rock es del pueblo, que los cholos tenemos que hacer rock. Pero no existe una contraparte con la cual discutir esas afirmaciones. Aquí todos somos cholos, provincianos. Por ahí en el metal escuché de algunas divisiones, porque se les acusaba a algunos de ser pituquitos. Pero las escenas han estado compuestas en su gran mayoría por gente común y corriente. Fue distinto al movimiento del rock subterráneo, en el que muchos pertenecían a clases altas, estudiaban en la Católica, y había un choque con gente que provenía de barrios marginales.
Mencionaste que la gente en Puno es muy arraigada a sus tradiciones. ¿Cómo los rockeros puneños construyen su identidad frente a una sociedad que en el mejor de los casos no comparte sus códigos?
Al principio hubo cierto rechazo de la sociedad, sobre todo contra los metaleros. Con el rock creo que sí se ha roto el prejuicio. Es que el rock lo que ha hecho, a diferencia del metal, es aprovechar todos los instrumentos andinos y generar sonidos nuevos. Una prueba de ello es Rockpata, que lo que hace es reversionar los huaynos puneños. Cuarzo también está trabajando muy bien, componiendo sus propios temas y haciéndolos sonar cada vez más andinos. El metal puneño no lo ha hecho, como sí lo vienen haciendo bandas de Ayacucho o Huancayo, o en Bolivia, donde ya hay bandas que cantan en quechua. Acá hay bandas de metal muy buenas, pero mantienen ese sonido clásico. Creo que eso hace que su mercado no crezca. Por otro lado, el rock puneño sí se ha estado masificando y las bandas ya están haciendo tours por Cusco, Arequipa y están llegando a Lima. Se han posicionado bien en el movimiento del rock fusión.
Me contaste que la escena metal sí encontró continuidad a través del tiempo, ¿crees que fue en parte porque tuvieron a la sociedad como contrincante y eso los mantuvo unidos?
Puede ser. Es como un pacto que tienen los que escuchan metal de no abrirse a otros espacios. Es una forma de decir que si la sociedad sigue como es, la mejor manera de escapar de ese sistema es ser consecuente con nuestras propias convicciones. Porque hoy todo el mundo se ha vendido. Metallica ahora toca con Lady Gaga.
En esta visita a Puno he notado que ha pegado mucho más la cultura coreana. Me hace pensar: ¿cómo se llevan los rockeros puneños con otras subculturas?
No se cruzan. Cada subcultura maneja su propio público. Por ahí he visto que hay algunas bandas que sí intentan romper esas brechas. Hay una banda que se llama Hayaku que hace rock asiático, covers de anime. Pero, por lo general, cada espacio está muy definido.
Así lo experimenté cuando entré a la escena en Lima a mediados de los dos mil. Ocurría este enfrentamiento entre los emos contra los metaleros, o los emos contra los punks. No es que había mucho intercambio entre ellos. Todo funcionaba a través de guetos. Lo que noto ahora es que la gente joven transita fácilmente entre diferentes subculturas. Pueden ser fans del kpop, pero también ir a conciertos punk. ¿Crees que aquí empezará a ocurrir lo mismo?
Claro, las personas que son más fundamentalistas con eso son las que ya tienen 40 o 50 años. Las nuevas generaciones me parecen más abiertas. Sí hay jóvenes que se mueven en varios contextos. Hay chicos que tocan en grupos de cumbia que también tocan en bandas de rock. Yo tampoco soy tan cerrado ahora. Exploro todos los géneros. La música es universal, así que si las nuevas generaciones rompen esos prejuicios está muy bien, pues lo que hacían era que el rock no llegara a públicos masivos. Te llamaban posero si escuchabas otra cosa.
¿Y cómo se relaciona la escena puneña con las de otras regiones?
Puno es un lugar bendito y maldito al mismo tiempo. Estamos en un extremo del país y hace un frío de mierda. Pero también es un sitio estratégico porque estamos en la frontera. Muchas bandas que cruzan hacia Bolivia tienen que pasar por Puno. Eso ha hecho crecer no solo a la música, sino al arte en general. Es por eso que en los años veinte Puno se convirtió en una tierra de artistas. El canal de Panamá estaba cerrado y todos los productos que traían al Perú venían a Argentina, luego a La Paz, luego a Arequipa, y de Arequipa recién saltaban a Lima. Todo llegaba de primera mano: traducciones, buenos libros. Ese fenómeno también ocurrió con la música. El primer concierto de metal ocurre en 1994, con una banda arequipeña. Y las bandas que vinieron después se llevaban una buena impresión porque, por más que había 10 o 20 gatos, el público se sacaba la mierda. Los años siguientes llegaron bandas no solamente de Lima, sino de Chile, Colombia y Bolivia. La banda alemana Kreator llegó a Juliaca, pero los integrantes se enfermaron y no pudieron tocar. Eso fue en el 2017 o 2018. Siempre se hizo complicado que lleguen bandas, pero aun así llegaron a Puno El Tri o Vilma Palma e Vampiros. Sobre todo han venido bandas de Bolivia. Nos conocemos. Hay reciprocidad con ellos. Se ha ido perdiendo un poco, pero se logró cierta solidez en la escena del sur: Puno, Arequipa, Tacna y Cusco. Todo esto ocurrió en el metal, que es una comunidad más unida y lograron consolidar esa relación con la publicación y distribución de fanzines y revistas. Lima, en cambio, siempre se ha mostrado despistada con lo que pasa aquí.
¿Cómo es su relación con la escena de Lima?
De Lima vienen un montón de bandas. Vino Goat Semen. Mar de Copas también estuvo acá. A Dolores Delirio también le encantaba venir, eran caseritos. La gente se encariñó con ellos. Vino Cuchillazo, Leusemia, va a venir Difonía. Pero siempre fue una relación asimétrica. Las bandas puneñas no iban de vuelta para allá.
A propósito de lo que me contaste de la presentación de Masturbanda en TV Rock, que es un hito del rock puneño que no puede verse fácilmente, ¿qué tan registrada y archivada está la historia del rock puneño?
Casi no lo está y eso complicó mucho mi trabajo. En el metal por lo menos hubo fanzines y revistas que contaban la historia de manera anecdótica. Servía como un tipo de registro. Pero en el rock no ocurrió eso. Hay pocos documentos. Solo artículos que mencionaban de forma muy general información acerca de las bandas. El proceso de reconstruir esa historia se me hizo muy difícil. Se decía que el rock empezó en Puno en los setenta, y varias de las personas involucradas ya habían muerto. Justamente mi intención era cubrir ese vacío. Ningún historiador, antropólogo, mucho menos un sociólolgo se había preocupado por estos temas.
¿Lo que te resultó más interesante y desafiante de este trabajo fue que la historia del rock puneño era sobre todo una historia oral?
Sí, definitivamente. Uno podía encontrarse con alguien que te contaba cómo sucedieron las cosas, pero no había nada escrito. Esa oralidad también es una característica de las zonas altoandinas. Se desarrolla más la oralidad que la escritura.
¿Adónde recomendarías ir a alguien que llegue a Puno y quiera acercarse a la escena rockera?
Al Eccos Bar, en el jirón Lima. Todos los fines de semana encuentras algún concierto. Hace una semana vino una banda de hardcore punk de Arequipa y hace poco también vino una banda de postpunk de Lima.
Si quieres saber cómo suenan las bandas mencionadas por Alexánder en esta entrevista y en el libro, estás con suerte. Aquí dejo una pequeña playlist de bandas de rock, punk y metal de Puno.
📚 Puedes conseguir una copia de El rock también es para cholos contactándote con Alexánder a través de Instagram.
☝️ Recuerda que tomatemístico es un proyecto autogestionado. Si algo que he escrito te produjo unas ganas incontrolables de invitarme una chela o unas Papi Ricas, puedes depositarme el valor que tienen estos productos en tu establecimiento de confianza a mis cuentas de yape/plin o paypal.
Qué pena que Lima siempre se olvide de lo que pasa en otras regiones. Tal vez los nuevos jóvenes puedan lograr descentralizar la escena musical y el arte en general.
Buena playlist 👀🙌🏼
Gran entrevista! Graciad x compartir esto