Vas a pensar que soy un mal turista. Estuve en Buenos Aires a inicios de abril y no comí asado, pasé de conocer el barrio de Boca y apenas regresé con alfajores.
Sí jugué cartas en un torneo de Yu-Gi-Oh! de casi 1000 personas. Reventé el podómetro de mi celular. Bebí y conversé con algunas personas que conocía en la ciudad. Este itinerario no impresiona a nadie, pero es como prefiero conocer nuevos lugares: hago lo que supongo que haría si viviera allí.
Durante los seis días de esta mudanza imaginaria, no dejé de observar y hacer preguntas que me permitieran rascar la corteza social argentina para descubrir cualquier conocimiento mínimamente significativo de su idiosincrasia.
No lo logré, obvio, pero no creo que te importe que tome algunos atajos y me confiera gratis un mínimo de autoridad para intentar describir el espíritu bonaerense.
Tú y yo sabemos que es imposible hacer un diagnóstico serio tras habitar la ciudad por tan pocos días y solo haber transitado por sus distritos centrales —no pisé el conurbano, por ejemplo, lo que le resta de arranque una banda de profundidad al análisis—.
Perdonarás, entonces, la calidad etnográfica de mis observaciones y, en cambio, espero que valores mi férrea vocación por ser sapazo:
Los argentinos creen que todo lo que sucede dentro de sus fronteras es lo más [ ] del mundo. "Si hablas de corrupción, te dicen que no hay lugar más corrupto; si hablas de historia, creen que sus procesos son únicos", me cuenta mi amigo C mientras caminamos por Once. No necesitas demasiadas interacciones para comprobarlo. El día anterior me junté en persona con un amigo argentino que hice jugando competitivamente al Legends of Runeterra. Él no es de Buenos Aires y detesta el tufillo de superioridad porteño. Sin embargo, cuando me contó que era de la provincia de Río Gallegos, no tardó un segundo en añadir que era "la ciudad con los segundos vientos más fuertes del mundo". No me supo decir cuál era la primera.
Pero hay que darles la derecha en que sí son los mejores del mundo en varias cosas. De la que no tengo dudas: en rellenar masa frita o al horno, en producir carne deliciosa y en convertir cualquier conversación en una conversación sobre fútbol.

Sé que estoy escribiendo que el agua moja, pero no creo que exista un lugar más futbolero en el mundo. Si escuchas una conversación por el tiempo suficiente, en algún momento su foco virará hacia la pelotita. Como en un café de Recoleta, donde lo que empezó con un "¿Me traés un capuccino?", que abría la conversación entre un comensal y un barista que no parecían conocerse, mutó en pocos segundos a "Gago tiene que salir, es un burro".
Igual y me da la impresión de que la construcción de ese orgullo está sostenida en parte por la validación exterior, por más insular que parezca ser la sociedad argentina. Ellos también necesitan su versión de extranjero en YouTube reacciona a Pedro Suárez Vértiz. Por eso C, en sus primeros días en Buenos Aires, atragantado con el queso de una pizza de Güerrín, no paraba de ser interrogado con violencia: "¿Es la más rica que has probado, no?". No son indiferentes a que ese peruano diga que sí —aunque por compromiso, no estaba tan rica—, que un bangladesí se ponga una camiseta de Messi o que un japonés sea hincha de Racing. También los mueve.
Antes de viajar, un amigo, visitante recurrente de Buenos Aires, me adelantaba que estaba por conocer un lugar que se movía a mi ritmo: los locales abren tarde y cierran temprano. La fiesta empieza de madrugada. Permea el deseo de alargar lo que vale la pena y acortar todo lo que no suponga disfrute. Es por ello que es común ver en algunas de las cientos de terrazas que hay en la ciudad, y en el horario más laborable que te imagines, postales que homenajean involuntariamente a aquella icónica fotografía de Anthony Bourdain.
En una de esas terrazas, C y yo terminamos pidiendo un par de rondas de Quilmes, luego de intentar durante un par de horas encontrar un chupódromo BBB en la avenida Corrientes. Derrotados, recurrimos a una noble característica de la ciudad: muchas sangucherías, pizzerías y fuentes de soda tienen la sana costumbre de vender cerveza. Y, para mi buena suerte, es uno de los productos que aún mantiene un precio más que razonable en un lugar donde estaba difícil encontrar un menú por menos de 30 soles.
Escribiendo esto caigo en cuenta de que mi amigo C me llevó a caminar por Corrientes. Ja.
Formo parte de la comunidad de hombres treintones que visten pocas cosas que no sean polos gráficos de bandas. En Buenos Aires esos se consiguen en la Bond Street de la avenida Santa Fe. Allí me acompañó mi amiga C. Cuando llegamos, encontré una suerte de Galerías Brasil, pero que, a diferencia de su símil limeño, no se sentía como un vestigio de una época extinta. Por sus pasillos aún rechinan las botas de punks, góticxs y kuromis. "Esto se gentrificó terriblemente", me dice C. Según sus amigas, un par de décadas atrás sus padres se enfrentaban en pasadizos secretos a neonazis que iban a stockearse de casacas de cuero. Hoy solo me ofrecen un polo de Deftones con un estampado que de solo verlo me pica. Igual recomiendo darse una vuelta.
La argentinidad está tan exaltada en todos lados que me costó identificar alguna brasilidade en el bar brasileño de la zona de Abasto al que me llevó C. Vendían caipiriñas y poco más. En su terraza, un señor bien entrado en sus cincuenta nos sirvió fernet con Coca. Le hubiese apostado a C todos los pesos que me quedaban que si llegaba algún comensal brasileño ni uno de los dos trabajadores del bar hubiese podido atenderlo en portugués. Pero estábamos distraídos los cuatro. En la tele Alianza perdía con Libertad.
No obstante, en Abasto sí ocurre cierta hibridación cultural. "Esta es la mejor zona para vivir si eres peruano", me dijo C, luego de tomarme una foto frente al mural de Juana, una vendedora ambulante de productos peruanos. En Abasto y alrededores, camino a la estación Once, abunda la comida peruana y no es extraño toparte con algún flyer que anuncia la llegada desde Perú de alguna orquesta de cumbia. Sin embargo, esta madrugada el barrio descansa. Aunque el Perú siempre encuentra la forma de no dormir. "Por aquí suelen tocar las bandas emergentes y es muy divertido salir de los conciertos y encontrar quioscos abiertos donde puedes tomarte una Inca Kola", dijo C.
"Me ganó un yanqui de mierda, la puta madre", se lamentaba de forma histriónica un jugador argentino luego de la tercera ronda del torneo. Es bastante contraintuitivo, pero fue de las pocas instancias donde vi a un jugador argentino ponerse intenso por algo relacionado al juego. A pesar de ser competitivos para todo, los locales a quienes enfrenté fueron bastante relajados y tomaron sus derrotas —derroté a casi todos, déjame panudearme un toque— con bastante deportividad. Pero la oportunidad de odiar a cualquier cosa estadounidense no se deja pasar. C y C, con más años en la ciudad, coinciden en que el desprecio a lo yanqui está mucho más extendido que en el resto de la región. Lo sufre el McDonald's del Obelisco.
En comparación a Lima, es mucho menor la proliferación de franquicias y cadenas, que las hay, pero la mayoría de los negocios que pude ver eran locales. Cada zona tiene un minimarket, una ferretería o una lavandería cuya presencia no se extiende más allá de la jurisdicción de un barrio. Por ejemplo, lo más cercano a un Tambo que encontré fue El Jevi, una cadena de tiendas de conveniencia que tiene decenas de sucursales en la ciudad y no más de 12 años de haber inaugurado su primer local. Emociona ver que ni su nombre ni su tipografía han pasado por alguna consultoría publicitaria. Tampoco sorprende que uno de los dueños sea ucraniano. Ese emprendedurismo no se siente tan argentino.
La gente en Buenos Aires está gileando todo el tiempo. El chamuyo es parte del paisaje de la ciudad. Y la arrechura parece no reprimirse por distancias socioeconómicas. La vendedora de panchos, el volantero, una cheta en una fiesta, un influencer, el colectivero, todos son sujetos válidos de deseo y que se demuestre en público no levanta ni una ceja.
De ver muchas paredes con Milei HDP no puedo sacar alguna conclusión interesante. Pero de su gobierno demencial se ha escrito mucho: anda por aquí si te interesa. Tampoco voy a escribir sobre el racismo, porque estos breves vistazos no alcanzan para dilucidar la complejidad de las dinámicas raciales de Argentina, aunque las respuestas del usuario argentino promedio a cualquier tuit que mencione a Vinicius Jr. hacen pensar que por ahí y no es tan difícil comprender si son o no racistas.
Lo escuché de colegas de las cartitas peruanos y argentinos: el porteño te devolverá cualquier interacción con cara de culo. Pasa en la calle, pero lo que llama más la atención es que el caraculismo sea omnipresente en todos los servicios. Si te ven perdido en una tienda, es tu problema, y tu despedida cortés con suerte será contestada con un “dale”. Y eso me encantó. Aunque parece generar alguna incomodidad en los visitantes a Buenos Aires, yo prefiero interpretarlo como un logro de su sociedad: no importa de qué lado del mostrador estés, no eres más, ni eres menos, y que pagues por un producto o servicio ya es un intercambio lo suficientemente justo. No necesitas adulación ni ternura. Tal vez en nuestra ciudad estamos muy acostumbrados al servilismo.
⚰️ ¡Su boletín amigo no ha muerto! Disculparán que este pequeño espacio de internet haya sido un pueblo fantasma durante los últimos meses, pero dos trabajos no me daban tiempo ni energía para escribir. Sí me dieron de comer, que no es poco. Aprovecharé el bug de mis noches libres para aparecer más seguido por aquí.
🫡 Gracias a C y C, quienes me acompañaron a conocer Buenos Aires a través de sus ojos. Su mirada fue estimulante y aclaratoria. Indispensable también, porque toda la cerveza, vino y fernet que compartimos alteró la mía.
✈️ Si quieres leer un blog de viajes escrito con buena pluma y perspicacia, vete. Mi recomendación obvia es Raíces y Ramas de la periodista española María Luz Rodríguez, una excolega a quien también recurro cuando estoy perdido en la vida.
☝️Recuerda que tomatemístico es un proyecto autogestionado. Si algo que he escrito te produjo unas ganas incontrolables de invitarme una chela o unas Papi Ricas, puedes depositarme el valor que tienen estos productos en tu establecimiento de confianza a mis cuentas de yape/plin o paypal.
y no olvidar, al parecer, que la sal es ilegal en los restaurantes argentinos.
Buen comeback \(^ヮ^)/
Me da curiosidad saber qué deck jugaste